Estupefacto vi en las noticias las llamas en
una de las ventanas del Palacio de la Moneda, nuestra Casa de Gobierno.
Me dio mucha pena y hubiera querido estar ahí
para ayudar a apagar esa barbaridad.
Debe ser obra de algún joven al que le
contaron una película, teñida de intereses mezquinos, y que no vivió el tiempo
horroroso de la dictadura donde los misiles de los aviones no sólo quemaron La
Moneda sino que destrozaron el corazón mismo de la Patria que enfrenta todavía
la división que no va a superar hasta que un par de generaciones pase haciendo
una Patria para todos.
Aparece un movimiento de ultra-algo y me
parece haber retrocedido a los tiempos en que salía a la calle a pintar yanky
go home y nos agarrábamos a coscachos con los que escribían yanky welcome. (A la
postre lo único que conseguimos fueron algunos ojos en tinta y los yankys ni go
home ni welcome).
Muchachos: pónganse una mano en el corazón y
practiquemos la suma en vez de la resta.
Quemar una ventana del Palacio de Gobierno es
un acto simbólico de barbarie y eso significa padres que no aprendieron la
lección e hijos que, por lo tanto, no pueden aprender lección alguna.
Nuestro país es muy bonito pero es de todos,
aunque sólo sean unos pocos los dueños de los papeles que dicen que les
pertenece a ellos.
La Patria no se puede comprar ni vender, ni
incendiar, ni bombardear, ni sacramentar.
Las grandes alamedas siempre se van a abrir
para que pase el hombre libre y eso nada humano lo va a poder evitar.
Construyamos un país con valores. No caigamos
en el cuento de que sólo vale la imagen, el poder económico y los postgrados.
Más allá de todo eso hay un pueblo que
siente, que trabaja, que ama y que anhela vivir en paz.