Así se llama una caja cuadrada (o
rectangular) que tiene una ranura en la parte superior y donde uno deposita el
voto cuando hay que elegir a los políticos que nos van a guiar por la buena
senda del progreso, la paz y las oportunidades para todos. (Por lo menos eso
dicen ellos).
Alguien la inventó, alguna vez, y la hemos
usado otras tantas. (Mi país vivió durante diecisiete años una dictadura así es
que no la hemos usado tanto pero últimamente la hemos vuelto a utilizar).
Después que todos hemos depositado nuestro
voto allí, se cuentan los papelitos y se discute, se pelea, se anota, se borra,
se vuelve a anotar y al final se deciden los ganadores por el mayor número de
papeletas con su nombre.
Adentro de la urna está el futuro del país,
amontonado y cuidadosamente doblado, como indica la ley.
Entonces nuestros senadores, diputados,
alcaldes, concejales, presidentes, etc., salen de la urna.
No salen de otra parte. Salen de la urna. Son
hijos de la urna. Y alguna vez estuvieron, doblados en cuatro, todos juntos
esperando el milagro que los iba a hacer renacer, milagrosamente, y les iba a
conceder un poder que los que no han estado allí adentro jamás tendrán.
De allí salieron y se fueron armando, sobre
una mesa, papeleta por papeleta, cantados a viva voz.
Después se estiran, llegan al Parlamento, a
las alcaldías, a la casa de los presidentes y uno los mira y le parece
increíble que alguna vez estuvieron, prolijamente, doblados en cuatro adentro
de una caja que se llama urna y desde donde se emerge, casi de la nada, al
todo.
Algunos se estiran demasiado y se les olvida
que acá abajo estamos los que los fabricamos con una rayita, hecha con un lápiz
de grafito, (no puede haber nada más ordinario) y no nos toman en cuenta.
No nos oyen, sólo se oyen ellos y parece
resultar en vano los esfuerzos para siquiera acercarse a estos seres que
conforman lo que se ha dado en llamar “la clase política”.
Existe, entonces, una clase de gente que está
hecha de papel, y de rayas de grafito, y que no son otra cosa que hijos de la
urna.
Lo interesante de este caso es que estos
seres, nacidos de la urna, se mueren y cuando eso ocurre van a dar a otra urna
desde donde a lo mejor salen convertidos en otra cosa pero eso no me consta.
Señor Presidente de la República, Señor
Senador de la República, Señor Diputado de la República, Señor Alcalde de la
Comuna, estimado Señor Concejal, usted nació de la urna, está hecho de papel y
de grafito y su destino es ir a dar a otra urna, generalmente hecha de madera
de ciprés.
Cuando lo veo amable, preocupado de las
necesidades de aquellos que escribieron la rayita al lado de su nombre, y
también de los otros que no lo hicieron, cuando lo veo atendiendo a los
reclamos o tomando en cuenta las sugerencias de sus votantes que son sus creadores,
me da mucho gusto y me pongo contento.
Cuando lo veo sordo, altanero, prepotente,
olvidado por completo de su urna madre y de su origen, me dan ganas de
recordarle que su destino real es transitar de una urna a otra y que, al fin de
cuentas, y como decía el “un amigo”, todas las calaveras son ñatas.