Hace mucho tiempo
que no la veo pero no había reparado en ello.
Siempre estuvo
sobre la cocina y la recuerdo, de color azul, instalada sobre la vieja cocina
“a leña” en la casa de mi infancia.
Recuerdo que me
gustaba cuando el agua estaba a punto de hervir y salía un chorro de vapor por
el extremo del pico (asunto que me traía problemas de pronunciar)) y que se
elevaba por el aire hasta desaparecer.
Después apareció
una que tenía pito. Vale decir “piteaba” cuando el agua estaba hervida.
Después creció y
era de aluminio y sonaba como bocina de barco. (Es que la familia había crecido
y se necesitaba más agua para las tazas de té, o de café).
Un día la encontré
en un cuento de Pedro Urdemales y todavía debe estar ahí.
Con los años, y
como siempre estuvo sobre la cocina, dejé de verla y no reparé más en ella.
Cuando llegó la
tetera eléctrica siguió sobre la cocina pero ya no la usó nadie.
Un día ya no estuvo
allí pero no me di cuenta cuando fue.
Pasaron algunos
años y hoy, mientras me servía el desayuno, descubrí que no estaba.
Sobre la cocina no
había nada, ni siquiera una olla.
A la cocina hace
cincuenta años que no se le hecha leña y la vieja tetera se desapareció.
¿Habrá ido a dar al
tarro de la basura?
(El “tarro” de la
basura hoy es un recipiente de plástico, con una bolsa negra adentro para que
no se ensucie).
¿Estará “arrumbada”
por ahí, entre otros trastos que ya no sirven?
Hoy, mientras me
preparaba el desayuno, me despedí oficialmente de la tetera preguntándome si ya
fui reemplazado o si me falta poco para ello.
Ya no soy de color
azul o de aluminio.
Todavía “piteo”
pero no sé si me escuchan.
En todo caso el
asunto es que hoy me despedí, oficialmente, de la tetera.