Me quedaron grandes pero me las tuve que
poner.
Me las regaló con tanto amor que me las tuve
que poner.
Es que cuando mi señora me compra alguna cosa
me la tengo que poner.
No importa si la necesito o no, pero me la
tengo que poner.
Recién llegó del hipermercado y me trajo
corchetes, clips, chicos, medianos y grandes, sobres largos y de los otros,
lápices de grafito, pega todo, súper glu, stick fix, corrector para máquina de
escribir (¿?), goma de borrar (supongo que para los lápices de grafito),
sacapuntas, pilas chicas, medianas y grandes, etc., etc., que han llenado mis
cajones hasta el borde y mejor no le hablo de eso porque mañana podría ser
factible que llegara con un escritorio gigante.
Mi señora me quiere y me lo dice de muchas
formas (no cabe duda que comprar veinte gomas de borrar y once sacapuntas lo
demuestra) así es que estoy muy contento hoy, ordenando toda esta sartalada de…
atenciones que me trajo.
Me tropiezo con las pantuflas pero no
importa, si me caigo y me rompo una costilla me llevará amorosamente al
traumatólogo y me irá a ver al hospital todos los días, si es que no se queda a
vivir allí para puro cuidarme.
Mientras trato de encajar una caja de corchetes,
en un imposible e inexistente rincón del cajón de abajo de mi viejo escritorio,
miro el montón de “cariñitos” que todavía me queda por ubicar en alguna parte y
pienso en que es muy lindo que a uno lo quieran pero, de repente, no tanto
(¿?).
(Mi señora es veinte años menor que yo así es
que a veces se hace difícil explicarle algunas cosas generacionales).